Muy frecuentemente calificamos y enjuiciamos a las personas que nos rodean de una manera definitiva con expresiones como “Sos un egoísta” o “sos un vago” y otras expresiones similares.
Cuando estamos en el “sos”, estamos dejando claro que es una cualidad de su ser, muy difícil de corregir puesto que parece que es consustancial a su personalidad y, lo que es peor, que no tiene arreglo. No dejamos salida para corregir esas actitudes que estamos juzgando y que no obedecen a una manera continuada de comportarse. Si lo sos, lo sos.
Podemos sin embargo cambiar el ser por el “estar siendo”. Así estamos dando alguna posibilidad a la persona de la cual no nos gusta ese determinado comportamiento. Nadie “es” absolutamente algo, lo está siendo porque en ese momento existen unas determinadas circunstancias, se enfrenta a un determinado reto o está en relación con determinadas personas.
Esto se hace crítico cuando tratamos con niños. Es muy importante que en la relación con nuestros hijos seamos capaces de darnos cuenta de que estamos haciendo un juicio severo y cerrado y de que no es lo mismo decirle a un hijo “sos un tonto”, que decirle “estás siendo un tonto ó esa actitud es tonta”. Para un niño, ese “sos” es definitivo: lo internaliza y lo incorpora a su comportamiento habitual porque considera que ya no tiene remedio, entre otras cosas porque el juicio proviene de una persona tan importante como lo es un padre o una madre. Pero sí que tiene «arreglo». No contribuyamos a un determinismo fatalista que frena a la otra persona, que no la deja avanzar hacia lugares donde pueda superar esa pulsión o ese hábito que nosotros criticamos tan ferozmente, que le haga reflexionar por sí misma y corregir lo que tenga que corregir.
¿Lo intentamos? Si es así, “estaremos siendo” inteligentes, compasivos y empáticos.