Estar Siendo

A lo que te resistes, persiste

¿Cuánto te pesa aquello que no hiciste, aquello que no dijiste, aquello que no te permitiste? ¿Cuantas veces viene a vos, de noche en sueños, ó escondido detrás de nuevas personas que cuentan sus vidas y en silencio «envidias» aquello que a vos te hubiese gustado pero no lograste y ellas si?

El deseo es la base de la vida; el punto de partida consciente o inconsciente de todo lo que conocés.

Y los deseos, al ser pequeñas cápsulas de emociones y sentimientos proyectados, se quedan dando tumbos en tu interior si te resistes a ellos.  Con esto viene a la mente esa frase que tanto escuchamos “a lo que te resistes, persiste”.

Entonces llega un día, en que estás tan metido en la cabeza, tan lleno de pensamientos y de cosas que se supone que «tenés que hacer» para ser alguien en la vida (cosas que no has elegido tu, claro está), que van desapareciendo. Dejas de oír tu voz interior, esa que viene del corazón y no de la cabeza, esa dónde nace tu intuición y que sabe lo que es mejor para ti, más allá de ti mismo y más allá de lo que es correcto o incorrecto.

cuando dejas de oír tu voz, tus deseos se esconden detrás de otras personas. Y nace la frustración, la envidia, la crítica, el auto sabotaje y un montón de cosas más… y todo esto por no dar ni voz ni salida a lo que de verdad deseás.

Queremos regalarte una historia milenaria, una historia zen cortita y muy poderosa. Esta historia habla de dos conceptos esenciales: el desear y el dejar ir. Porque si deseas algo, ve a por ello y sácate ese gusanito de encima, pon todo tu empeño en conseguir aquello que tanto quieres y cierra el círculo.

Pero si no deseas o eliges que ese deseo no es para ti, entonces deja ir y libérate. Libérate de aquello que no escogiste decir o hacer, saca la culpa de ti, cierra la puerta a ese momento de tu vida y enfócate en el ahora, que es lo único que tenés.

Cuento Milenario: Cruzando el río

Un anciano Maestro Zen y dos discípulos caminan en silencio a lo largo de un sendero. De pronto, al llegar a un riachuelo, descubren a una hermosa muchacha que, sentada en una orilla, contempla provocativa y sonriente a los tres caminantes que se acercan.

No hay que estar ciego para reconocer la perturbación que la joven ejerce en los dos discípulos que, en seguida, se percatan del radiante atractivo de su cuerpo y del brillo chispeante de su mirada.

“¿Quién de los dos jóvenes me tomaría para ayudarme a cruzar el río?” pregunta ella con frescura y seducción provocadora.

Los dos discípulos se miran entre sí, y a continuación dirigen un gesto interrogante al maestro que todo observa.

Éste, mira con profundidad a cada uno de ellos, sin desvelar palabra.

Tras un largo y tenso minuto de contradicción y duda, uno de los discípulos avanza y tomando en los brazos a la muchacha, cruza el río entre caricias y sonrisas delicadas.

Al llegar a la otra orilla, se regalan un cálido beso y se despiden con ardiente mirada. Al momento, el joven da media vuelta y se reintegra sonriente al grupo que de nuevo, camina adelante por la senda.

El rostro del discípulo que ha permanecido junto al Maestro se muestra turbado, no cesando de proyectar interrogadoras miradas al impasible y silencioso anciano que tan sólo observa.

Pasan las horas mientras el grupo avanza silencioso por entre montañas y valles, pero la mente y el corazón del discípulo que no ha cruzado el río, sigue enganchado y obsesionado por el deseo hacia la bella muchacha que lo obsesiona. Al parecer, no se siente capaz de romper su voto de silencio, como tampoco de liberarse del deseo y del recuerdo que lo encadena.

Al anochecer, sus movimientos no parecen habituales, ya que se quema con el fuego que enciende, derrama el té de su cuenco y, además, tropieza con la raíz de un árbol haciendo gala de su desatención y torpeza.

Tras cada error, su mirada siempre encuentra el rostro impasible y ecuánime del anciano que le observa sin juicios ni palabras.

De pronto, la tensión llega a ser tan atormentadora que rompiendo un silencio de semanas, interpela al maestro diciendo con rabia:

“¿Por qué no has reprendido a mi hermano que rompiendo las reglas de la sagrada sobriedad, ha encendido el fuego de su erotismo con la muchacha del río? ¿Por qué? ¿Por qué no le has dicho nada? ¡No me digas que la respuesta está en mi interior porque ya ni oigo ni veo nada con claridad! ¡Necesito entender! Dame una respuesta”, suplica.

El anciano dedicándole una mirada integral de rigor y benevolencia, responde con serenidad y contundencia:

“Tu hermano tomó a la mujer en una orilla y la dejó en la otra.

Mientras que tu tomaste a la mujer en una orilla y:

NO LA HAS DEJADO TODAVÍA”.

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